domingo, 3 de octubre de 2010

Las cuentas que no dan, efecto miedo y falta de helados

Yo sé que 98 diputados son más que 65. Pero también me queda claro que 52% es menos que 48%. Es como un punto de inflexión que este gobierno asume como esas familias que tienen un hijo en drogas, pero se hace la pendeja: aquí no pasa nada, así son los chamos adolescente, ya dejará esa vaina.
A decir verdad mi desconfianza en el pueblo, en la gente que depende del estado o que simplemente se ha dejado embelezar por las promesas de la igualdad como estado sumo de la felicidad; superaban cualquier posibilidad. En distintos espacios he manifestado mi profunda desconfianza por un país que no ha logrado vincular esfuerzo y logro. Que cree que la suerte está o no está. Que somos azar. Y lo cierto es que la masa me acaba de dejar, a Dios gracias, sin razón.
Es verdad, la diferencia no es abrumadora. Cuando te metes en mesas claves de la Parroquia Sucre en Caracas y ves que Iván Olivares pierde con Aristóbulo en el Juan de Guruceaga o en La Cardenal Quintero; lugares que vieron crecer a Seferino del Caracas Fútbol Club o a otras tantas figuras deportivas venidas de abajo a punta de sacrificio, te das cuenta que este sistema ha roto el imaginario de la superación a través del esfuerzo. De cada tres votos, en estas mesas dos fueron para el PSUV. Dónde sigue la esperanza de la gente de Catia? Dónde está la dignidad para que al menos cuando terminas marcando ese voto no se dibuje en la cara esa expresión de pendejo que se traiciona el futuro?
Pero hubo quienes se atrevieron, que lo vieron clarito y que superaron el miedo. Saben que no será posible rastrear el origen del voto. Mucho chavista tiene validez aparente y como todos visten de rojo y pueden gritar la consigna que pida la tarima, pues no hay problema. Para muestra un Petare, lugar donde el PSUV quedó muy confundido, porque las lavadoras, cocinas y colchones no sirvieron de mucho. La gente ha dejado de tener miedo y esto es clave para fortalecer el mecanismo del voto, único bastión que nos queda como acto secular de esta democracia endeble.
El miedo. Esa emoción que paraliza y que la gran mayoría de las veces se sustenta en la sinrazón. Cómo es que miles de judíos se dejaron exterminar por un número que en proporción equivalía a no más del 10% de las víctimas? Cómo es que en una comunidad de miles de personas cuatro o cinco azotes pueden dejar paralizada una barriada? Cómo es que un país se aterra cuando un presidente pendejo que pretende grabar una especie de “The Truman Show”, hace un anuncio cualquiera?
Pues parece ser simple: el miedo es una emoción individual que se contagia, paraliza y genera silencios socializados que la retroalimentan. Es una emoción que protege a la especie y el silencio genera protección. Cuando la gente comienza a hablar de las razones de su miedo, generalmente aparecen también las magnificaciones ante el estímulo disparador de la emoción, se bajan los tonos y casi siempre pasamos a activar otras acciones que permiten inhibir o controlar la situación. En el caso del voto, hubo la convicción de que ir contra el gobierno no generaría ningún efecto en cada individuo que optó por esta acción. Sólo unos resultados anónimos, que como hemos visto en las últimas declaraciones de los líderes del régimen, sí que les ha quitado el sueño.
Si esto es así, pasando a otra situación, cómo es que unos veinte trabajadores de Planta EFE, una planta de helados en Caracas con más de 80 años, puedan detener la producción con los más absurdos argumentos, sobrepasando por encima de otros quinientos? Cómo será esta semana para la gran mayoría de trabajadores que se quedó sin cobrar esta semana y que tienen que enviar a la escuela a sus hijos? Cómo es que porducto de unas demandas a todas luces ilegales e irracionales, cada noche que pasa tengamos que acostarnos con la angustia de no saber cómo andará el futuro?
Pero de nuevo, ocurre y hay que decirlo, aparecen unas instituciones del gobierno para las cuales su lógica es que 48 es más que 52. Y en esa lógica, por ejemplo, una convención colectiva que en el primer aumento le da a sus trabajadores 38% de incremento sobre salario base, pasa el valor del cheque alimentación de 300 a 800 Bs y sube la prima de cobertura de 10 a 20 mil; todo esto se traduce en una desmejora. Más aún, esa posición la asume una organización como el Ministerio del Trabajo, convirtiéndose en beligerante en un acuerdo al cual llegaron previamente patrono y trabajadores (estos últimos en aprobación mayoritaria de asamblea).
La situación es algo así como esto. Imagínese que Ud va a una notaría a vender su casa y ya con el monto acordado y parte del mismo entregado, el notario salga a conversar a parte con el comprador y le diga algo así como: “mire Ud, no debería llevar a cabo este negocio. No le conviene, creo que le están vendiendo esa casa muy cara. Debería pedir que le bajen el precio. Si no lo logra, no les firmo el documento”. Esa es la dimensión de la locura institucional ante la cual nos encontramos. Por lo pronto, nos quedaremos sin producto, toda la cadena comericial afectada, mucha gente con dificultades para dormir, hasta que el miedo sea transformado en otra cosa…

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